Dejo escrita la noche sobre el cristal del tiempo,
la noche de incertezas siderales
a la que siempre asocian con la muerte
como si dormir fuera no estar vivo.
Llena de gratitud,
dejo escrita la noche,
asombrada en su magia rutilante:
ningún ansia más ansia,
ninguna ambigüedad menos ambigua
porque jamás confunde en su profundidad
con su gran vocación de incertidumbre.
Dejo escrita la noche mientras siento
sus dientes aguzados en la nuca
alertando sentidos,
porque sé del hartazgo inmensurable,
de la saturación de los grandes valores
solares y diurnos,
del enorme desgaste de su azul paradigma.
Dejo escrita esta noche de expresión nuclear,
crónica de mi ciega aferrada al bastón
tanteador de escollos y espejismos
que utilizo de día
cuando la vida engaña
con sus bruscos paréntesis de piedra,
porque siempre me encuentro en su verdad
que nos iguala a todos con oscuro rasero:
febriles gatos pardos buscando trascender,
sin trascendencia alguna bajo el cielo.
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