A mí no me da miedo nada tuyo,
salvo cuando improvisas
y se te escapa el mundo por la boca.
Se te escurre, veloz, del labio al suelo
con todas sus verdades sin filtros ni tamices,
y terminas doliendo
como una piedra aguda en el zapato,
como un zóster dañino en la cadera,
como la duda, como el desamor,
en la certeza absoluta de ser único.
Me da pena el psiquiatra que te estudie
para dar un informe completo sobre ti
y termine diciendo lo que quieres que diga,
adoctrinado por tus malas artes.
La inteligencia
también tiene su épica,
y la tuya es ignífuga, por más que se caliente
de avisos de atentado.
Te viene bien jugar al desconcierto,
hacer literatura a punta de pistola,
pensar en una boca fuera del basural
y sonreír un rato, si el insomnio
llega para quedarse
y tenerte en alerta día y noche.
Me viene bien saber que estás tan cerca
que podría pegarte algún virus furioso
o contagiarte un verso que te hiciera explotar,
como en este momento,
como ahora,
que te paso el testigo mientras corres
y el viento te erosiona los malos pensamientos.
Miedo me das es una frase hecha.
Contigo soy tan sólo una inconsciente
segura de no serlo.
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