También es una veda a los secretos,
una polvosa luz que lleva un canto,
diminuta y sabiendo a flor altiva,
a matapalo antiguo en los sentidos,
cuando miles de voces nos sorprenden
con su timbre de seto que bosteza.
Un día, cuando acampen nuestros labios
en la sombra que dejan a su paso
los rubios despedirse de la tarde,
vendrán silentes, puras, otras aves
para llevar las ansias que agonizan
hasta el lugar preciso de las furias,
mientras el corazón busca madera
para inventar la vanidad del fuego;
y en esa melodía de ancestrales
ciclos de estrellas, surcos y semillas
que descienden su rito hasta los rostros,
tendrá que sostenerse un horizonte
donde la vieja y gris arquitectura
de todos nuestros sueños postergados,
pueda encontrar el sol de las palabras.
una polvosa luz que lleva un canto,
diminuta y sabiendo a flor altiva,
a matapalo antiguo en los sentidos,
cuando miles de voces nos sorprenden
con su timbre de seto que bosteza.
Un día, cuando acampen nuestros labios
en la sombra que dejan a su paso
los rubios despedirse de la tarde,
vendrán silentes, puras, otras aves
para llevar las ansias que agonizan
hasta el lugar preciso de las furias,
mientras el corazón busca madera
para inventar la vanidad del fuego;
y en esa melodía de ancestrales
ciclos de estrellas, surcos y semillas
que descienden su rito hasta los rostros,
tendrá que sostenerse un horizonte
donde la vieja y gris arquitectura
de todos nuestros sueños postergados,
pueda encontrar el sol de las palabras.
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Y es que la vida corre como arroyo que pasa
llevando entre su vientre un cúmulo de sueños,
el esplendor de mayo que habitó nuestra casa
cuando trenzamos solos nuestros verbos, pequeños;
arquitectura agraria que supo andar sin prisa
mientras copiaba el fondo de unos ojos la tarde,
urbanidad que quiso detenerse en la brisa
para saber del trino que en los asfaltos arde.
Y es que la muerte llega con su signo de pestes
como si nos buscara los costados sin canto,
derrama en las pupilas sus temblorosas huestes
de lágrimas que llevan en su vientre el espanto;
mas nuestra savia crece, se duplica la vida,
y entre las manos queda un pegaso que quiere
alzar su vuelo simple de verdad extendida
sobre la sombra grave de la tarde que muere
llevando entre su vientre un cúmulo de sueños,
el esplendor de mayo que habitó nuestra casa
cuando trenzamos solos nuestros verbos, pequeños;
arquitectura agraria que supo andar sin prisa
mientras copiaba el fondo de unos ojos la tarde,
urbanidad que quiso detenerse en la brisa
para saber del trino que en los asfaltos arde.
Y es que la muerte llega con su signo de pestes
como si nos buscara los costados sin canto,
derrama en las pupilas sus temblorosas huestes
de lágrimas que llevan en su vientre el espanto;
mas nuestra savia crece, se duplica la vida,
y entre las manos queda un pegaso que quiere
alzar su vuelo simple de verdad extendida
sobre la sombra grave de la tarde que muere
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